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Cripsis, disfraz natural

El camuflaje que empleamos los humanos es una técnica que se aplica principalmente a maniobras bélicas. Se basa en el concepto de mimetizarse con el entorno a fin de no ser reconocidos con facilidad. Podría decirse que es lo más cerca que hemos estado se conseguir la invisibilidad.

No obstante, el camuflaje no es algo que nos haya ocurrido así porque sí, sino que está inspirado en la observación a los animales; en concreto, al proceso de cripsis. Este es un fenómeno natural que utilizan diferentes especies para pasar desapercibidos para otros animales, especialmente, depredadores. El rasgo contrario, cuando un animal posee características que realzan su presencia, se denomina aposematismo.

La forma más sencilla de cripsis o camuflaje está basada en la inmovibilidad: cuando hay un depredador presente, el animal permanece inmóvil. Existen muchos anfibios y reptiles que no son capaces de reconocer a sus presas cuando no se mueven. Esta es la razón de que cuando les tengamos como mascotas, necesiten que les demos animales vivos para comer.

Una forma muy corriente de ocultación visual es la que parte de cambios en la coloración. La homocromía es la cualidad de adquirir el mismo color que el medio circundante. Aquí existen diferentes variaciones.

El color puede ser fijo, adaptado a un ambiente constante, como en el caso del bicho palo.

Otra opción es que varíe en un ambiente cambiante, adaptándose a los cambios estacionales. La liebre ártica es blanca en invierno y parda en verano.

Para finalizar, existe la opción de adaptarse a cambios rápidos propios de un ambiente heterogéneo. Los camaleones y las sepias son los casos más conocidos: pueden cambiar muy rápidamente de color, hacia tonos muy variados.

Otro caso es el de los animales que son más claros en una parte de su anatomía que en otra. Esto se da en algunos mamíferos, cuyo vientre es más claro que el dorso por el efecto de la luz. No obstante, este tipo de homocromía es típico de la mayoría de los peces pelágicos y en muchas especies de ave. En algunos casos, no sólo hay una variación en el color, sino en la textura visual. Algunas veces esto deriva en un mimetismo con el entorno. Por ejemplo, en muchos casos los peces, vistos desde arriba se confunden plenamente con un fondo pedregoso.

Otro tipo de camuflaje es que se produce por medio de patrones: al seguir unas pautas repetitivas, como en el caso de las franjas de las cebras o tigres, la silueta es mucho más difícil de diferenciar para los depredadores. En algunas familias, como en los leones o en los jabalíes, sólo presentan estas formas los miembros más jóvenes de la manada, antes de llegar a su madurez. Las sepias y los camaleones también modifican el patrón de su capa.

No obstante, la cripsis no siempre es visual. Existe también el mimetismo auditivo u olfativo. Por ejemplo, la tinta del calamar distrae el olfato de los peces; las polillas, por su parte, emiten sonidos ultrasónicos que engañan a los murciélagos. Hay muchas formas de disfrazarse en la naturaleza, después de todo.

El poder terapéutico de las mascotas

El hecho de que los animales siempre han sido útiles para el progreso y supervivencia del hombre a lo largo de la historia, es más que evidente. Desde tiempos inmemoriales, éstos le servían de alimento, pero no sólo esto. Cuando el hombre descubrió las posibilidades de adiestrarlos, empezó a criarlos, empezando a desarrollar la ganadería; por otro lado, el paso de la recolección a al cultivo se apoyó en la fuerza del trabajo animal. Por otro lado, los animales también han ayudado al hombre en funciones de transporte y vigilancia.

No obstante, otra de las grandes aportaciones de los animales al hombre es la compañía. En las últimas décadas han empezado a realizarse estudios que han empezado a ratificar lo que ya parecía evidente, que los animales tienen un poder terapéutico sobre los animales. De hecho, se ha concluido que su presencia puede llegar a ser fundamental para el tratamiento y recuperación de enfermedades físicas y psicológicas.

El tratamiento de enfermedades con ayuda de animales se denomina zooterapia. Ésta puede servir para reducir el estrés y la presión arterial, contribuye a solventar problemas de socialización y es capaz de aumentar la autoestima del ser humano.

Se ha demostrado incluso que la mayoría de familias que tienen una mascota discuten con menor frecuencia: las mascotas estrechan los vínculos familiares.

En los hogares, los animales más queridos suelen ser los perros y los gatos; de los primeros se dice que hacen que sus dueños se sientan queridos, acompañados y protegidos; respecto a los gatos, se ha concluido que tienen el poder de ofrecer relajación con su presencia, además de que pueden ser una buena compañía para personas caseras o con poco tiempo. Tanto en el caso de los perros como en el de los gatos, ambos son capaces de aportar a sus dueños grandes dosis de diversión a través del juego. Además, son sumamente perceptivos y suelen estar pendientes de nosotros cuando perciben en nosotros síntomas de tristeza o debilidad.

Algunos de los animales más empleados por la zooterapia son los delfines, leones marinos, burros y caballos. Muchos de ellos son empleados para favorecer el desarrollo físico y mental, especialmente en los niños. En ellos, de hecho, tiene un poder mucho más inmediato este tipo de terapia porque tienen una mayor capacidad de establecer vínculos con los animales (ya que tienen un menor control sobre emociones e impulsos que los adultos).

Para las personas mayores también puede ser muy beneficiosa su presencia, por ejemplo, a modo de prevención de enfermedades típicas de la edad, como la demencia senil o el Altheimer.

No obstante, cualquier animal puede tener un efecto positivo en el ser humano. Especialmente, la presencia de un animal suele ser muy útil, a modo de compañía, para personas que acaben de superar una intervención quirúrgica o la pérdida de un ser querido.

Pasión filosófica por los animales

Muchos de los grandes filósofos de la humanidad han experimentado un profundo interés por los animales. Muchos de ellos han estudiado su comportamiento en un afán de comprender mejor al ser humano. Y buena parte de ellos se ha dado cuenta de que, aunque no poseen la capacidad de razonamiento propia del hombre, en muchos aspectos son superiores a nosotros: en definitiva, los animales son una fuente de conocimiento inagotable. Por esto, hemos recopilado algunas de las reflexiones de estos filósofos sobre los animales. Es muy interesante ver cómo los teóricos más modernos tienen cada vez un concepto más alto del reino animal en comparación con el hombre. Esperemos que os guste.

«Todo lo que el hombre hace a los animales, regresa de nuevo a él. Quien corta con un cuchillo la gargante de un buey y permanece sordo ante los bramidos de temor, quien es capaz de matar impávido a un atemorizado cabrito y se come el pájaro, al que él mismo ha alimentado, ¿Cuán lejos está del crímen un hombre así?» (Pitágoras).

«Y es que la naturaleza no hace nada en vano, y entre los animales, el hombre es el único que posee la palabra» (Aristóteles)

«El hombre, ese ser tan débil, ha recibido de la naturaleza dos cosas que deberían hacer de él el más fuerte de los animales: la razón y la sociabilidad» (Lucio Séneca).

«La razón o el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales» (René Descartes)

«Entre todos los animales, los hombres son los menos aptos para vivir en rebaño. Si fueran apiñados como ovejas, perecerían en corto tiempo. El aliento del hombre es fatal para sus semejantes» (Jean-Jacques Rousseau).

«Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales» (Immanuel Kant).

» El profundo respeto religioso por aquello que está por debajo de nosotros, incluye naturalmente también al reino animal, e impone a los hombres la obligación de respetar y proteger a las criaturas que están por debajo de él» (Goethe).

«El hecho de que la vista de los animales nos complazca tanto se debe sobre todo a que nos gusta ver nuestro propio ser tan simplificado ante nosotros» (Arthur Schopenhauer).

«El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales» (Arthur Schopenhauer).

«Creo que los animales ven en el hombre un ser igual a ellos que ha perdido de forma extraordinariamente peligrosa el sano intelecto animal, es decir, que ven en él al animal irracional, al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz» (Friedrich Nietzsche).

«Cuando el hombre se pone a reír a carcajadas, supera a todos los animales en vulgaridad» (Friedrich Nietzsche).

«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» (Mahatma Gandhi).

«No me importa lo elocuente que ladre un perro; nunca podrá decirte que sus padres fueron pobres pero honestos» (Bertrand Russell)

Burrolandia

Como todos sabemos, el burro es un animal mamífero de la familia de los équidos. También conocemos de los burros, que son animales mansos que se dejan domesticar con facilidad. De hecho, esta fue una costumbre que el ser humano desarrolló desde el milenio V a.C. La principal función de éstos fue servir como animales de carga y cabalgadura.

Son animales muy similares a los caballos, aunque la principal diferencia radica en su tamaño: son más pequeños, pero también son más longevos (pueden vivir hasta 40 años). Por otro lado, se adaptaron a vivir en los desiertos, por lo que son unos équidos particularmente resistentes. Por otro lado, como animales trabajadores eran muy  rentables porque, en proporción a su tamaño, consumían muy pocos recursos.

Los burros aún continúan siendo muy importantes en las economías de los países en vías de desarrollo, donde aún no ha llegado la sofisticación de algunos sistemas de maquinaria.

En los países donde ya no son empleados para el trabajo, empiezan a cuidarse como mascotas. Esto se debe a que son animales cariñosos, dinámicos e interesados en aprender. Incluso se ha descubierto que el contacto con éstos tiene efectos terapeúticos.

Aunque la población de burros ha crecido considerablemente a lo largo del siglo XX si tenemos en cuenta el conjunto del mundo en general (el número se ha mantenido estable desde mediados de la década de los ochenta), en Europa y Estados Unidos se ha reducido su número considerablemente. Para que nos hagamos una idea, en Europa, en los últimos dos siglos, su población se ha reducido a la mitad.

El caso español es especialmente importante, puesto que las seis razas españolas de burros —asnos catalanes, mallorquines, zamorano-leoneses, andaluces, majoreros y de Las Encartaciones— están en riesgo de extinción.

En relación a esto, hace unos años se inauguró Burrolandia, una iniciativa que se dedica a la protección de la fauna amenazada, situada en la finca de Viñuelas, en Tres Cantos (Madrid). Está coordinada por la Asociación Amigos del Burro, que trabaja con burros abandonados. La entrada es gratuita: el objetivo del complejo es mostrar al público corriente cómo trabajan con estos animales e implicarse en el proceso de mantenimiento.

En Burrolandia, por otro lado, no sólo hay asnos, sino todo tipo de animales domésticos: perros, gatos, patos, palomas, gallinas, cabras y algún caballo visten de color el recinto.

Poder pasear entre los burros y entrar en contacto con ellos es una actividad lúdica y didáctica irrepetible para cualquier amante de los animales. Por otro lado, en las inmediaciones los niños tienen incluso la oportunidad de celebrar su cumpleaños. Pero sin llegar a tanto, podemos darles de comer, acariciarles e incluso montar sobre los más mansos.

La finca permanece abierta los domingos de 11:00 a 14:00 horas.

Gusanos de seda

Cuando recordamos nuestras mascotas, si es que las hemos tenido, casi siempre nos olvidamos de unos bichitos que animaron la infancia de casi todos nosotros en una u otra ocasión: los gusanos de seda.

De hecho, si lo pensamos bien, estos insectos, además de suponer una diversión, son una perfecta preparación y acercamiento para los niños a todo lo que implica ser responsable de un animal.

Recordemos el ciclo de estos gusanos asiáticos desde el punto de vista de la biología. En un principio, son huevos de entre 1 y 1,5 milímetros de largo. La incubación dura quince días, aunque se puede retrasar en climas fríos hasta la llegada de la primavera. Esta es una demostración más de lo sabia que es la naturaleza, pues los gusanos no nacen hasta que las hojas de morera son abundantes para su ingesta.

De hecho, el gusano de seda es considerado el animal que más come (en proporción, claro), eso sí, mientras es una larva, porque durante su etapa adulta no se alimenta.

En el momento de la eclosión, las larvas son de color gris y miden 3 milímetros. Su undécimo anillo –trompa de seda o hilera– es utilizado desde el primer momento para alejarse de los restos de huevo.

En un periodo de entorno a un mes, pasan por cinco fases de muda. Dentro del capullo mudarán dos veces más. La primera es a los seis días, cuando se suspenden en un hilo de seda para rasgar su piel y del que salen al cabo de un día. En cada metamorfosis, se van haciendo más grandes, hasta alcanzar los 8 centímetros de longitud y doce anillos completamente visibles.

Tras el mes de vida como orugas, buscan un lugar seco y aislado donde fabrican el capullo –que puede ser de diversos colores–. Lo hacen a partir de la transformación del almidón de las hojas de morera, que en su metabolismo se transforma en dextrina y produce el hilo de seda. El hilo que forma el capullo puede alcanzar los 1.500 metros, ocupándole apenas dos o tres días su fabricación. He ahí la crisálida. Formada ésta, se inicia la fase de pupa, que junto con el imago, son estadios intermedios en el interior del capullo hasta alcanzar la etapa adulta.

La llegada de la última etapa viene precedida por una secreción ácida que separa los hilos de seda, permitiendo salir a la mariposa. En este punto, vivirá entre tres y siete días. Este es el momento en el que se reproducen.

Si queremos hacer que los niños aprendan, recuperar los gusanos de seda es una excelente opción.

Apenas necesitaremos conseguir hojas de morera –las hay en muchos parques–, y una caja de zapatos que habrán de mantenerse relativamente limpia, con algunos agujeritos en la parte superior para que respiren.